viernes, 26 de noviembre de 2010

OCTOGENARIOS

Eran las ocho de la mañana de un miércoles de principios de Octubre, cuando una guapa presentadora informaba en las Noticias del trágico suceso: Samuel, de ochenta y cuatro años, mató a su esposa Cinthia, de ochenta y tres, y a continuación se suicidó. El matrimonio no tenía hijos y en el plazo de quince días iban a ser ingresados en una Residencia pública.
Margot y Óscar estaban en la salita de su casa y al escuchar la noticia intercambiaron una mirada llena de resignación, y algo de comprensión. Ellos ya tenían las maletas preparadas; ya habían desayunado y estaban esperando a que pasaran a recogerlos. Margot apagó el televisor, alargo el brazo y entrelazó su mano con la de su marido. Permanecieron así, unidos en silencio durante varios minutos, hasta que sonó el timbre. Era la hora. Margot miró a su marido, le sonrió con tristeza y se levantó para ir a abrir la puerta.

Ha pasado un mes desde aquel día. Un mes desde que abandonaron su cálido hogar para venir a vivir a la Residencia. Margot suspira nostálgica. Sentada en una mecedora, observa sin mirar todo cuánto la rodea. Óscar ya no está. Se ha quedado sola No tenía que haber sido así. Tenían que haber vivido juntos esta última aventura. Eran viejos, sí, pero se querían con toda el alma, y juntos habrían estado bien allá dónde fueran... aquí en la Residencia. Juntos habrían sido felices, como siempre había sido. Pero no habían tenido tiempo. Óscar se había marchado. Y hoy Margot aún cree que va a aparecer por la puerta en cualquier momento. Aún lo siente a su lado.

"Samuel y Cinthia" -piensa Margot- "Aquel matrimonio que decidió poner fin a su existencia para evitar su destino". Le parece igual de trágico aquel final, que el que a ellos les esperaba en la Residencia. "A fin de cuentas, esto es lo que se han perdido; enfermedad, pérdida y soledad". Se dice a sí misma que los viejos sólo caminan en una dirección. No hay remontada.

Margot está sola, y sabe que esto es lo que hay y que no hay nada más hasta que le llegue su hora. Tiene que esperar, y aunque le gustaría que no fuera por mucho tiempo, está en paz. Su Óscar la esperará allá dónde este. No puede ser de otra manera.

jueves, 11 de noviembre de 2010

SE ACABÓ EL SEXO.

El sexo en la relación de Roberto y Marta ha sido siempre un asunto muy particular. En los inicios de su noviazgo, hace dos años, Roberto era un hombre con un apetito sexual insaciable. Todos los días quería hacerlo. Y Marta, aunque intentaba complacerle, terminó agobiándose. Le molestaba que mientras fregaba los platos, él la sorprendiera por detrás en plan "aquí te pillo, aquí te mato"; no le hacía gracia que después de cenar, cuando se adormilaba en el sofá con la tele encendida, él se acercara con ganas de marcha; detestaba que la despertara en mitad de la noche, lleno de pasión cuando ella dormía plácidamente. Por eso, se revelaba y se negaba a mantener relaciones cuando a ella no le apetecía. Peleaba para frenar esa constante excitación que dominaba a su hombre. Y lo consiguió. Los rifirrafes por el sexo forman parte del pasado, porque con el transcurrir del tiempo las cosas se fueron calmando, o lo que es lo mismo, el fuego de Roberto se fue apagando. Y entonces llegó un día en el que Marta se dio cuenta de que no habían practicado sexo en todo un mes. Dispuesta a no dejar pasar ni un sólo día más, esa noche se puso su picardías favorito y sedujo a un Roberto que aunque no se mostró muy fogoso, cumplió. Pero siguieron pasando días y noches en calma y sin sexo; días y noches que dieron paso a semanas y éstas a meses, y así hasta el día de hoy. Roberto y Marta forman una pareja sólida, que se quiere, que tiene planes de futuro. Una pareja que lo hace cada dos o tres meses.