miércoles, 23 de febrero de 2011

23-F

Nací en una España libre y democrática, y no conozco otra cosa. Hoy hace treinta años del intento fallido de golpe de Estado. Intentaron robarnos la libertad, pero por suerte para nosotros, no lo lograron. Desde siempre, he vivido en libertad. Disfruto de una total libertad de expresión, me puedo vestir como me apetezca y puedo ir dónde quiera y con quien quiera. Nunca he pasado hambre (bueno, cuando estoy a dieta un poco sí, la verdad ;-) y mi realidad es que esa otra realidad que se vive en otros países poco afortunados, no puedo ni imaginarla. ¿Dictaduras? ¿guerras? ¿qué es eso? ¿aquí? ¡Imposible!. No puede ser. Que no, que no. Que eso para mí es algo completamente marciano. Pero aunque yo no pueda ni siquiera imaginar que algo así pueda ocurrir aquí, sí que puede. Aquí, en nuestra España, hace menos de cien años hubo un guerra. Y mi abuelo, al igual que los abuelos de mis amigas, estuvo en ella. Y a diferencia de muchos otros, él tuvo suerte y sobrevivió. Aquí en nuestra España hubo muerte, miedo, hambre y desolación. Pero ya pasó, y para muchos de nosotros, la posibilidad de que algo así vuelva a ocurrir escapa a nuestro entendimiento; es surrealista; inviable. Pero, ¿ qué habría pasado si hace treinta años hubieran acabado con la democracia? ¿y si hubiéramos vivido bajo una dictadura y nos estuviéramos manifestando ahora mismo en una reivindicación de nuestros derechos? ¿que habría pasado entonces?. Me estremezco solo de pensar en lo que se está viviendo en Libia. Me da un miedo atroz. Y siento compasión hacia esa pobre gente que huye; que muere; que son personas que están viviendo lo que para su desgracia les ha tocado vivir. Estamos a merced de nuestros gobiernos y si aquí hubiera un Gaddafi en el poder, quizás nada nos distinguiría de esa pobre gente. No entiendo cómo entre seres humanos pueden producirse semejantes masacres. No entiendo cómo se puede vivir de otra manera a como vivo yo, en un país libre y democrático cuyos gobiernos tendrán sus más y sus menos, pero que no me dan miedo. Yo no me puedo imaginar viviendo bajo la dictadura del terror, pero nuestros octogenarios sí. Y no lo imaginan, lo recuerdan que es peor. Lo vivieron. España vivió bajo una dictadura y aunque aquéllo ya pasó, no debemos olvidarlo. Pienso en Libia, pienso en mí, y me preguntó por qué tengo que estar agradecida de vivir como vivo si a fin de cuentas vivo en paz y en libertad, como tiene que ser... Pues sí; tengo que dar gracias y las doy, porque ahí fuera hay otra realidad, dura y cruel y todo viene a depender de quienes ocupan el poder, de quienes gobiernan nuestros países y han de velar por nuestros intereses y nuestro bienestar. La desgracia del pueblo, es obra de su gobierno, y más cuando se habla de terribles dictaduras. En fin, que no sé cómo terminar esta entrada... que valoremos nuestra libertad y seamos conscientes de que lo que ocurre en Libia o en cualquier otro país del mundo, nos podría ocurrir aquí. No depende de nosotros depende de "los que nos tienen que cuidar".

lunes, 14 de febrero de 2011

UN DÍA DE SAN VALENTÍN

Es lunes, es San Valentín y una alicaída y somnolienta Laura dirige sus pasos hacia la oficina. No ha tenido suerte en el amor y este día la hace sentir especialmente vulnerable. Le parece ser la única mujer a la que Cupido no ha alcanzado con sus flechas. Y para colmo de males, arrastra un fin de semana de los que hay que olvidar. El sábado por la noche fue un desmadre total. Embriagada por el alcohol y acosada por su falta de autoestima, una vez más se refugió en unos brazos extraños. Luego, al día siguiente y con una resaca horrible, cuando fue recordando turbiamente pedacitos de la noche anterior se odió a sí misma con fuerza. Odiaba tener rollos de una noche a causa de su desesperación. Pero no dejaba de caer en ellos. Era como una espiral de alcohol, música, soledad, un hombre que te dice las palabras bonitas que quieres oír y la sensación de flotar y dejarse llevar hacia algo que en el fondo sabe no es lo que quiere, pero contra su verdadera voluntad, no rechaza.
Al llegar a la oficina, su compañera ya está encendiendo los ordenadores y la recibe con una sonrisa en la cara, la típica de esas personas satisfechas con sus vidas. Laura también sonríe. Sabe que en unos minutos podrá vaciar sobre la mesa todo su desconsuelo y que las palabras de aliento de su compañera la reconfortarán y se odiará un poco menos.

Pedro es lo que se suele llamar un hombre interesante. Éxito en los negocios, don de gentes y aficionado a diversas actividades de ocio, considera que lleva una vida plena. Está soltero, pero este detalle ni le importa, ni le preocupa. Seduce y se deja seducir por mujeres que tras unas cuántas citas descubre no son lo que él quiere.
Le gustaría compartir su vida con alguien especial, pero ¿que puede hacer él para que llegue?. Pedro vive su día a día poniendo pasión en todo lo que hace y el amor ciertamente no ocupa sus pensamientos. De hecho el día de hoy se le presenta muy complicado y el que hoy sea San Valentín... pues aún no ha caído, la verdad..

Laura y Pedro fueron compañeros de clase cuando eran niños en el colegio. De eso han pasado veinte años, y desde entonces no se han vuelto a ver. Ellos aún no lo saben, claro, pero esta tarde se verán. Se alegrarán mucho al reencontrarse y él la invitara a tomar algo en algún sitio dónde hablarán, reirán y sentirán unas agradables cosquillas en el estómago y una sed de más cuando se despidan con ojos brillantes. Mañana él la llamará y cenarán juntos. Y al día siguiente volverá a llamarla. Y al otro. Porque aunque ellos aún no lo sabrán, el reencuentro que tendrá lugar esta tarde de lunes de San Valentín va a ser el principio de su gran historia de amor. Les ha tocado. Se van a enamorar. Las flechas de Cupido ya están en camino. El amor es así. Llega cuando tiene que llegar y no hay escapatoria. Y claro, nadie quiere escapar de él.

miércoles, 2 de febrero de 2011

TODOS NECESITAMOS HUIR

El domingo por la tarde vi una película en la que al principio de la misma, la protagonista estaba muy descontenta con su vida y decía levantarse por las mañanas y no palpitar. Decía no tener ganas de nada. Sentirse totalmente apática y no aguantar más. Y decía que la consecuencia de todo era que necesitaba urgentemente huir. Prefería la muerte a vivir así, sin ganas. Sólo yéndose podía tener una oportunidad. La desesperación es lo que tiene: nos pone al límite. Yo la comprendí muy bien porque ¿quién no ha sentido alguna vez en su vida la necesidad de huir?; si las cosas no van bien y no ves la luz al final del túnel una evasión total puede parecer la gran salvación. Irte. Empezar de cero en algún otro lugar. Poner tierra de por medio entre tu persona y tu vida. Convertirte en un@ foraster@ forjándose un nuevo porvenir. Qué maravilla...jajaja.
Considero que el mal de amores suele ser por antonomasia el principal motivo de esta necesidad de huida. Necesidad que consciente o inconscientemente puede ser alentada por la esperanza de encontrar al verdadero amor allá dónde vayamos. Pero también muchas veces, compartiendo la vida con la persona amada, las circunstancias y la presión que ejerce sobre nosotros el entorno nos hace caer en la desesperación de necesitar ese alejamiento de nuestra vida para poder respirar y vivir en paz. Solos. Sin presiones. Que nadie nos pregunte. Que nadie nos juzgue. Que nadie opine de nuestra vida.
Casualmente el otro día pensaba en todas estas cuestiones, y haciendo zapping con el mando a distancia acabé escuchando en la dos, motivos que habían llevaban a algunos cooperantes de distintas ONG`s a dedicar su vida a las misiones que realizan y gran parte de ellos habían sido motivados por la insatisfacción que imperaba en sus vidas ocasionada por divorcios, pérdidas, soledades y ese tipo de cosas. Por supuesto que estas razones no quitan mérito a la solidaridad y al buen hacer de estas personas pero yo me dije "¡ahí está!; otros que en su momento necesitaron huir de sus vidas." Y al igual que me pasó con la protagonista de la película, a ellos también los comprendí.
Personalmente, cuando estoy muy agobiada y no dejo de darle vueltas a las cosas que me preocupan y que muchas veces están magnificadas por la influencia que ejerce sobre mí la opinión de terceras personas, yo también emigraría a una nueva vida en la que nadie me conociera. También necesito huir. Pero la cruda realidad es que de quién estaría huyendo es de mí misma. Mi mundo gira en torno a mí, y en cuánto a esos terceros que tanto me afectan, realmente mi vida les trae sin cuidado. Soy yo la que les concedo la importancia y la que me creo la desesperación. Y como se dicen tantos otros a sí mismos, me digo yo que en otro lugar todo sería mejor.