Se suele decir que la vida es como un libro cuyas paginas en blanco vamos escribiendo conforme nuestras vivencias van aconteciendo . Llega un punto en el que la historia de nuestra vida puede darse por escrita. Cuando ya hemos construido el hogar deseado culminando así el objetivo vital de nuestra existencia, sentimos que ya tenemos "la vida hecha" y ya solo esperamos vivir lo mejor que podamos en nuestro pequeño universo particular. Una vida sencilla, con marido, hijos y una casa bonita es a lo que aspiraba Astrid. Ella solo quería ser feliz y formar una familia. Y lo consiguió. Se enamoró, se casó y tuvo un precioso niño. Su trabajo le gustaba y aportaba un dinerillo a casa. Su marido era un hombre bueno. La quería y la cuidaba. Ocupaba un buen puesto en una empresa de telefonía, y aunque estaba contento con el hecho de que Astrid tuviera un trabajo, no le habría importado que se hubiera quedado en casa si así ella hubiera querido. Eran felices. Llevaban juntos casi una década y se compenetraban muy bien. Las discusiones que se daban entre ellos estaban dentro de la normalidad de cualquier pareja estable. Y si bien su vida transcurría en una apacible rutina, ello no suponía problema alguno ni circunstancia que pretendieran cambiar, pues la rutina la consideraban algo normal e ineludible tanto en una relación de pareja como en la vida misma. Astrid ya había escrito la historia de su vida. El "... y fueron felices y comieron perdices." esperaba fuera su destino. Pero lo que nos depara la vida es un misterio, y uno sabe cómo se levanta, pero no sabe cómo va a terminar el día. Y a veces, cuando creemos que ya hemos alcanzado nuestros sueños y podemos ser felices, nuestra vida da un giro de ciento ochenta grados y solo podemos seguir para ver qué pasa. Y el libro de la vida de Astrid no estaba terminado. De hecho su pequeño universo no tardó en desintegrarse, pues una fuerza sobrenatural arrasó su estabilidad, cual huracán enfurecido.
Lo que nunca imaginó que le pudiera suceder a ella, le sucedió. Sin previo aviso. Un día, estaba tranquilamente en la oficina trabajando, cuando llegó su jefe y le presentó al que sería el nuevo director comercial. Al estrecharle la mano y mirarle directamente a los ojos una chispa saltó entre ambos. Fue inconfundible. A partir de ese instante todo cuánto hizo para evitarle fue en vano. Se sentía sucia, traidora y culpable porque él la atraía. Pensar en su marido y su hijo le daba fuerzas para alejarse pero cada vez que lo tenía delante, su corazón, contra su voluntad, latía desbocado y luego, cuando se quedaba de nuevo a solas, se tenía que esforzar para serenarse. Cómo podía ocurrirle algo así, si ella quería a su marido. Por qué. Por qué tenía que sentirse así. No quería tener esos sentimientos y esas reacciones. Tenía mucho miedo de destrozar a su familia, de perder todo cuánto había construido. Sentía que su vida entera estaba en juego y deseaba con todas sus fuerzas que nada ocurriera y volver a vivir en paz, pero pese a todo, cuando él estaba cerca, era como si ella saliera de ella misma, dejando lugar únicamente a su "yo" más instintivo que se sentía arrastrado hacia él, por una fuerza irresistible. La situación la tenía todo el tiempo "atacada" de los nervios hasta que una tarde, por circunstancias de la vida, se quedó a solas con él, y cuando sin pretenderlo y sin saber cómo acabaron enlazando sus manos... ya no hubo marcha atrás.
Lo que nunca imaginó que le pudiera suceder a ella, le sucedió. Sin previo aviso. Un día, estaba tranquilamente en la oficina trabajando, cuando llegó su jefe y le presentó al que sería el nuevo director comercial. Al estrecharle la mano y mirarle directamente a los ojos una chispa saltó entre ambos. Fue inconfundible. A partir de ese instante todo cuánto hizo para evitarle fue en vano. Se sentía sucia, traidora y culpable porque él la atraía. Pensar en su marido y su hijo le daba fuerzas para alejarse pero cada vez que lo tenía delante, su corazón, contra su voluntad, latía desbocado y luego, cuando se quedaba de nuevo a solas, se tenía que esforzar para serenarse. Cómo podía ocurrirle algo así, si ella quería a su marido. Por qué. Por qué tenía que sentirse así. No quería tener esos sentimientos y esas reacciones. Tenía mucho miedo de destrozar a su familia, de perder todo cuánto había construido. Sentía que su vida entera estaba en juego y deseaba con todas sus fuerzas que nada ocurriera y volver a vivir en paz, pero pese a todo, cuando él estaba cerca, era como si ella saliera de ella misma, dejando lugar únicamente a su "yo" más instintivo que se sentía arrastrado hacia él, por una fuerza irresistible. La situación la tenía todo el tiempo "atacada" de los nervios hasta que una tarde, por circunstancias de la vida, se quedó a solas con él, y cuando sin pretenderlo y sin saber cómo acabaron enlazando sus manos... ya no hubo marcha atrás.